No me refiero a la espeleología ni a las carreras de Fórmula 1 ni a los toros. Ni a trabajar en una planta de energía nuclear, ni a cuidar caimanes en una reserva natural, ni a ser limpiacristales en un rascacielos. Me refiero a ser mujer. Sé que leyendo estas líneas mucha gente pensará que soy una exagerada, que solo tengo en cuenta a mi género, que los hombres también lloran y sufren y mueren torturados y van a la guerra, que soy una feminista airada... En fin, me da igual. Porque la atenta lectura de la prensa internacional de las últimas semanas me ha proporcionado una serie de noticias escalofriantes que hacen que cualquier intento de ser neutral se vaya al traste. Y las víctimas de todos esos sucesos lo son porque son mujeres. Ni más ni menos.
El hermano de una de las chicas secuestradas en Cleveland, en la puerta del domicilio familiar. REUTERS
Cleveland. Una casa de madera blanca donde vive un hombre solo, que, al parecer, según sus vecinos, es el alma de la fiesta, siempre dispuesto a participar en barbacoas, celebraciones y demás (¿por qué será que todos estos criminales son tan apreciados por sus vecinos?). Durante 10 años, ese hombre ha mantenido cautivas a tres chicas a las que ha esclavizado, violado y torturado. Una niña de 6 años, hija de una de ellas, ha nacido en cautividad. Las otras han tenido varios abortos, producto de la desnutrición. Pasaban días encerradas sin comer ni ver la luz del sol. Supongo que en las próximas semanas saldrán a la luz más detalles de esta terrible realidad. Las chicas habían desaparecido del mismo barrio. Sus familias vivían a escasos metros de donde las mantenían prisioneras. Me pongo en el lugar de la madre de una de estas chicas y por un segundo se me cae el mundo encima. Y no soy capaz de ponerme en el lugar de ellas, ni de esa niña cuyo mundo hasta los 6 años ha sido un lugar oscuro y aterrador.
Los sucesos de Cleveland no son sucesos aislados. Se calcula -según el FBI- que solo en Estados Unidos hay más de 50.000 mujeres que podrían vivir situaciones parecidas. No hay cifras en Europa sobre estos casos (aunque sí las hay sobre el tráfico de mujeres), pero todos sabemos de los casos de Bélgica, Lyón y Austria de adolescentes secuestradas y obligadas a vivir prisioneras. En la India, los asaltos brutales a mujeres en autobuses, la indiferencia de la policía ante esos casos. En los países árabes, la asfixiante presión sobre las mujeres para que lleven velo, para que sean sumisas (pero que no las exime de ser asesinadas si alguien mancilla su honor).
Un último rostro para esta galería: el de una adolescente de 14 años de Nuevo México que fue violada por su novio, que luego la ofreció a sus cinco amigos. Cuando terminaron con ella, el novio le tatuó su nombre, Aaron, en el cuello para que nunca olvidara lo que le habían hecho. Al parecer, esto no es un hecho aislado y tatuar a las víctimas después de violarlas es muy frecuente en Albuquerque. Una mujer, Dawn Maestas, ha aprendido a borrar tatuajes para ayudar a las víctimas, y lo hace gratis para ellas. El primero que borró fue el suyo.
Este artículo muestra la clara violación de algunos de los Derechos Humanos más importantes como son el Derecho a la Vida y a la Libertad y tantos otros.
Nosotras, como humanas pero, sobretodo, como mujeres, pensamos que estos casos NO pueden volver a repetirse ni a darse en ninguna parte del mundo, y nos sentimos indignadas cada vez que escuchamos un nuevo caso de violencia machista en la televisión.
¨Esto tiene que acabar¨ pensamos entonces, pero no es suficiente.
No basta con pensar en acabar con la violencia hacia la mujer, sino que hay que movilizarse contra ello y pronto. NINGUNA PERSONA PUEDE PRIVAR O ANULAR LOS DERECHOS DE OTRA.
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